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Mostrando entradas de 2011

Infancia del héroe

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Sólo la miseria y el abuso pueden hacer de la infancia un osario al que no se desea volver. Las historietas, en cambio, contribuyen a su encantamiento. Patoruzú y Patoruzito encantaban de manera muy particular, como el Rico Tipo. Encantaban el mundo porteño cotidiano con su sola presencia. Por ejemplo, en la peluquería suburbana.  Era ver esas revistas en la mesita y sentir regocijo. Abrirlas y disfrutar. Los mismos que estaban allí, hablando con el peluquero de bigotes anchoita, eran los de los cuadritos: Popof, Isidoro, don Fierro y el jefe enano, el doctor Merengue y su otro yo… Eran los cincuenta y comienzos de los sesenta. Era otro país, en el que importaban colorados y azules, militares y peronistas, el viejo anarco y los comunistas, la heladera eléctrica y la cupé, en tanto ciertas instituciones permanecieran eternas. Entre ellas, la peluquería. La vida era en cuadritos. El chiste, la caricatura, la simplificaban y sacralizaban. Sí, la vida era liviana y sagrada al mismo tiem

La racionalización del capital

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En un breve trabajo sobre las nuevas formas de expansión del capitalismo, Elmar Altvater predice una sociedad “solar”. No dice cuál será el sujeto de ese cambio. Qué sucederá en el mundo si la clase obrera no obtiene su conciencia de sí y para sí? Tal vez la pregunta sea pretenciosa, pero se me ocurre adecuada cuando de lo que se trata es de considerar las actuales crisis del capitalismo. Marx no podría haber aceptado que la clase no llegase al estadio de conciencia. A sus ojos, tal cuestión era matemática. Para aquel tremendo químico de la historia la conciencia de clase advendría tan inexorablemente como se obtiene agua si se unen dos átomos de hidrógeno con uno de oxígeno. Esto es si, como su maestro Hegel razonaba, la historia fuera iluminación de la conciencia en los hechos. El hegelianismo remanente de Marx es lo que le permite al politólogo alemán Elmar Altvater en  Los límites del capitalismo [Ed. Mar Dulce, Bs. As., 2011] iniciar el análisis de la crisis contemporáne

El paladar de Gombrowicz

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Noviembre, 2008. ¿Cuánto hace que Witold Gombrowicz (Polonia, 1904 – Francia, 1969) escribió su célebre y celebrado ensayo “Contra la poesía”? Pues hace más de sesenta años, nos recuerda Germán García en el sitio de la Fundación Descartes . Buscando otra cosa, me encontré con ese dato. Del ‘47 es la conferencia con ese nombre y de 1951 el ensayo que retituló “Contra los poetas”. Recordé con qué dicha los narradores marginales celebraron al polaco, y especialmente esa conferencia. Hoy me resulta ingenua y pretenciosa (la provocación de Gombrowicz también hartaba a Pasolini, que también era un “contestatario”, si he de ampararme en alguna autoridad). Este tipo de cosas escribía Gombrowicz: “…cuando la poesía aparece mezclada con otros elementos, más crudos y prosaicos, por ejemplo en los dramas de Shakespeare, en las obras de Dostoievski, de Pascal, o, sencillamente en el crepúsculo cotidiano,tiemblo como cualquier mortal. Lo que difícilmente aguanta mi naturaleza es el extracto far

Arte, nazis y ferroviarios

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Rembrandt y Van Gogh fueron objeto alguna vez de una idea peregrina que se me ocurrió en un tren. Tesis y antítesis se mueven sobre la misma línea y están distanciadas, cuantos puntos sean pertinentes para una demostración, sobre ese trazo que tiene sólo dos sentidos posibles. De este modo, si digo que Rembrandt es la antítesis de Van Gogh, o a la inversa, digo que ese par representa no la absoluta oscuridad opuesta al brillo absoluto sino que Rembrandt ha manejado la sombra con la materialidad que luego tuvo la pintura resplandeciente de Van Gogh. La oposición se establece sobre un mismo concepto de pintura. Así, entonces, perseguía y asociaba los rastros de Van Gogh y Rembrandt en mi memoria horas antes de pisar por primera vez el cemento de París en la Gare du Nord, de donde salen y a donde llegan los trenes de Alemania. Y provenía precisamente de Alemania, previo paso por Amsterdam, donde había visto – por primera vez – originales de Van Gogh y Rembrandt en sus respectivos muse

Poe, mito y mistificación

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Sobre Edgard Allan Poe existen numerosos malentendidos, acendradas mistificaciones e insuficientes verdades, que la biografía Una vida truncada , del gran inglés Peter Ackroyd –autor de una extraordinaria Biografía de Londres – y la reedición de los Cuentos completos de Poe traducidos por Julio Cortázar –ambas de Edhasa–, no dejarán de alimentar. En algún punto, la biografía de Ackroyd arroja una luz ambigua sobre la figura del escritor como para desperfilar, como conviene, a un mito, sobre la base de verdades muy probables y contradictorias. ¿En qué consiste la mistificación de Poe? Básicamente, en que fue un prisionero de su tiempo, un "suicidado por la sociedad", diría Artaud, como dijo de Van Gogh; un molesto e indeseable esperpento, un genio que se sentía incómodo en la "prisión de los Estados Unidos" –debemos a Baudelaire el tropo–, un visionario que murió frustrado, para ser descubierto, como corresponde, muchas décadas después, como uno de los fund

El sombrero del muerto

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Pasé muchas horas jugando algunos juegos para PC y hasta puedo decir que fui adicto a uno de ellos, pero no alcanzo a comprender la necesidad de especialistas en nuevas tecnologías de discutir si esta forma inédita de entretenimiento es arte. Habrán visto que últimamente es fácil llamar arte a algo. Los carteles, distintos géneros de "intervenciones", el piercing , algunas manifestaciones de protesta, disputan la categoría de arte, tanto con el fin de prestigiarse con la forma moderna y revolucionaria de concebirlo como de desacreditar lo que no es ideológica o estadísticamente popular. Los videojuegos son ahora el principal candidato a lograr la supuestamente honrosa denominación de "octavo arte", cuando todavía no sabemos dónde está el séptimo. Clarín dedicó espacio, el domingo pasado, a consideraciones como las del "crítico de videojuegos" Stephen Totilio, quien habla de una forma "incipiente" de arte (¿incipiente?; ¿cuál habrá sido

Un bosque de símbolos

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En la página 82 de Borges , ese mamotreto de la contracultura ilustrada, Bioy anota la vacilación de Jorge Luis Borges ante unos versos de Leopoldo Lugones: y a nuestros pies un río de jacinto / corría sin rumor hacia la muerte . “- Borges:¿Vos creés que tenía razón Ibarra? ¿Qué el río de jacinto es el semen? Bioy: -¿Qué otra cosa puede ser?” El episodio es verosímil. En varias ocasiones Borges dejó entrever que, en su concepción, las metáforas están hechas de términos intercambiables. En la metáfora no podría haber ambigüedad. Le molestaba, al parecer, que en un soneto de Quevedo “la sangrienta luna” pudiera ser el satélite natural de la Tierra, teñido de rojo, o la media luna de los estandartes moros. Tal vez tenía razón. Pero en aparatos verbales más complejos la correspondencia perfecta no es posible. Tales dispositivos tienen la propiedad del símbolo. Y no son reducibles a una frase o a una imagen a la que, se supone, están reemplazando. No todas las figuras retóricas son

En cuanto a Dios...

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Entre un dios razonado y aquel de Tertuliano que nos permite llegar a él por la excepción ( Credo quia absurdum : creo porque es absurdo), la ciencia católica ha de tomar un camino. Durante el medioevo y parte de la Edad Moderna, la Iglesia eligió el atajo de convertir el dogma en razón del Estado Vaticano, en tanto la Iglesia era el pueblo de Dios pero también el Estado de Dios. La Iglesia terminó por dar al César lo que es del César y no abandonó el campo ideológico y el espiritual, que es donde le corresponde actuar. De este modo, sí: hay una ciencia católica por cuanto existe la Academia de Ciencias del Vaticano. Y lo que se teje allí no son supercherías. Necesidad y azar: tales las categorías que, centralmente, se entremezclan en Impresiones cósmicas , el libro del físico teórico Walter Thirring, miembro de la Academia vaticana y de la Nacional, de Washington, y que ha sido profesor del Instituto Max Planck, del MIT y del Erwin Schrödinger y director de la División Teórica

Cómo empezó esto

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Si en la primera página un libro de divulgación científica asegura que la filosofía ha muerto, y poco más adelante declara que su objetivo es demostrar que el universo pudo comenzar sin la intervención de Dios, y luego, tras andar algunas páginas, lisa y llanamente afirma de sí mismo que “está enraizado en el concepto de determinismo científico”, uno se siente ya lo suficientemente fastidiado como para que, a continuación, todos los chistes estúpidos con que los autores pretenden hacer reír a su auditorio, como un típico par de cómicos stand up, lo molesten más. No exagero:  El gran diseño ,  de Stephen Hawking y Leonard Mlodinow, está plagado de toques de humor de este talante: “Podría haber un universo donde la Luna fuese de queso, pero hemos observado que la Luna no es de queso, cosa que es una mala noticia para los ratones” (ja, ja, ja). Es lamentable que el reputadísimo Stephen Hawking le haya tenido que entregar la batuta del estilo al radical ateo y cómico de campus universi

Tahona estuosa

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Febrero, 2008. Los casos de franca violación de la sintaxis y del diccionario no suman una cantidad que permita apreciar que la poesía reside en esa trasgresión. Nos metemos en el tema de la arbitrariedad y el código y ya estamos -dicho sea de paso- tratando de desarmar el juguete. En muchos casos, importa más el relevo del código que la trasgresión implícita. En el más trasgresivo -o en uno de los más trasgresivos- libros de poesía en castellano, César Vallejo (1892-1938) escribió: Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos, pura yema infantil, innumerable, madre. (Vallejo, César. Trilce, XXIII, 1922) En el primero de estos dos versos primeros está presente uno de los códigos utilizados por Vallejo en este poema, en todo Trilce , y en su obra en general: el arcaísmo. Arcaísmo que sólo un estudio microscópico del idioma en tiempos de Vallejo y en las comunidades andinas podría revelarnos hasta dónde es tal, pero que nos suena decididamente arcaico en el Plata, hoy. Con esta

Scrivere stanca

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Lunes 28 de Enero de 2008. En Lo entrañable y otros ensayos sobre poesía Ricardo Herrera (Buenos Aires, 1949), ofrece, si bien dispersa, una teoría acerca de la esencialidad de la música en poesía, una posición que ha venido defendiendo en su práctica de poeta y ensayista, pero sobre todo, en la de traductor, con discutibles versiones de, por ejemplo, Eugenio Montale. Este libro, editado por Del Copista en Córdoba, en octubre de 2007, ejemplifica su posición en ensayos sobre Enrique Banchs y César Fernández Moreno, entre otros, y la hace explícita en un amplio trabajo sobre la crítica que constituye el primer capítulo de una recopilación diversa. Brevemente: por razones nunca explicadas del todo, esencialidad, tradición y música quedan aquí relacionadas como períodos de una ecuación universal, que va contra las vanguardias y la poesía “posmoderna”, con una vehemencia que a su vez intenta rellenar todo bache entre uno y otro término. La saña de Herrera contra la vanguardia es pr

Podrá no haber poesía pero siempre habrá poetas

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Sábado 10 de Mayo de 2008. La poesía está en el centro de la Feria del Libro, o al menos los poetas (pues podrá no haber poesía pero siempre habrá poetas , como suele decir Hermenegildo Sábat invirtiendo la ecuación plátonica de Gustavo Adolfo Bécquer). Quiero decir que se ha realizado el Tercer Festival de Poesía en la Feria. Lo cerró –lo habrá cerrado, estaba anunciado- un gran poeta que entiende que hay conexión entre las religiones y los poemas, cosa en cierto modo pasada de moda. Es Hugo Padeletti, santafesino, de Alcorta, el que cerró o habrá cerrado el Festival. La Feria, según se recuerda fue abierta a su vez por el narrador y ensayista Ricardo Piglia, quien tal vez haya sorprendido señalando que la poesía es el “lugar del lector”, y que quien se las haya entendido con este lenguaje está en condiciones de entender cualquier texto. Noticias de poesía: salió la obra reunida de Irene Gruss, cuyos textos ejemplifican magníficamente a Piglia. Había pensando comentar la tra

Las huellas de Pablo Neruda

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Nada aquí [2003], en Isla Negra, huele a sombra. Todo parece rústico confort en este escenario ingenuo, barroco, churrigueresco, recopilado en mercados de pulgas, con los consabidos mascarones de proa y los mapas, las botellas de mil formas, las caracolas, la colección de gigantescos escarabajos, fascinantes bestias, mezcla de atroces mandíbulas con colores de amaneceres y ágatas. Objeto sobre objeto, ¿y el hombre dónde estuvo?, podría decirse, parafraseando el canto a las ruinas de Machu Picchu. Aquí, bajo estos mascarones de proa, recostó Pablo Neruda su gruesa anatomía: aquí, sobre las maderas entarugadas que pisamos, anduvieron sus zapatos cuando recorría las habitaciones con su andar flebítico. Aquí agonizó. En otra de sus casas, en Valparaíso, veremos mañana las manchas de tinta verde de su lapicera en la banqueta en que reposaban sus pies. El hombre estuvo, pero ¿qué es, Señor, esta gigantesca celebración de un ego a quien los objetos debían venerar como a un dios? Este abruma