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Mostrando entradas de 2014

Rembrandt, el oscuro

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Rembrandt Harmenszoon van Rijn fue un pintor entre dos mundos, en más de un sentido. Su pintura sostuvo ante la vista en un solo acto la textura del universo cotidiano y la luz y la sombra de un océano cósmico. Asimismo su vida fue minada por el escándalo y por el nuevo gusto burgués, academicista y pretencioso, que no pudo ni quiso aceptar. Su vida y su obra se mueven entre la claridad y las tinieblas. Pero más exactamente entre una fugacidad resplandeciente y la grandeza trascendente incluidas en su genio abarcador e intimista. Europa celebra en Rembrandt este año [2006] no se sabe bien qué. Al maestro del claroscuro, por un lado; al supuesto transgresor; al que hizo del lenguaje pictórico una forma de realidad-irrealidad que permitió la existencia de otros pintores europeos, Delacroix, Goya y Francis Bacon entre ellos (Rembrandt pintó un buey desollado antes de que Bacon pintara sus famosas reses abiertas; y con colores que le anteceden). Rembrandt fue natural y sobrenatural

Bacon, lo sagrado y lo profano

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En el Museo Maillol de París, y hasta el 15 de agosto [de 2006], se exponen [expusieron] cuadros de Francis Bacon (Dublín, 1909-Madrid, 1992), bajo el título de “Lo sagrado y lo profano”. Título que viene de un complicado análisis de Michael Peppiatt, uno de los especialistas en Bacon, cuya obra no plantea a simple vista una cuestión como la que propone Peppiatt. Es cierto que Bacon ha pintado la Crucifixión; también lo es que la figura del papa Inocencio X, retratado a su vez por Diego Velázquez en 1650, fue casi una obsesión para él. Sin embargo, la primera aproximación a Bacon (muchos podrían hacerla si pudieran viajar a París) es la del uso del color y la vertiginosa disolución del cuerpo humano. Este es el tema. ¿Cómo dejarlo de lado? Bacon es un pintor moderno consagrado, el único a quien respeta el Guasón interpretado por Jack Nicholson en el filme Batman , de Tim Burton, cuando destruye con sádica delectación las obras de una galería de arte. Es una escena humorística, p

Mérito y sacrificio

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Entre fines de los 70 y comienzos de los 80 del siglo pasado, Manuel Pampín publicó en Corregidor en cuatro tomos la Obra poética de Alberto Girri (Buenos Aires, 1919-1991). Fue esto un punto culminante de la valoración de Girri en círculos lejanos al manípulo de Victoria Ocampo y del antiguo suplemento de La Nación. Sus relaciones habían ubicado a Girri en el campo de lo que, en las turbulentas décadas de los sesenta y setenta, se llamaba “cultura oficial”.* Movimientos tendientes a ubicar con mayor equidad y justicia al autor fueron el reportaje que en 1976, en el último número de la revista de izquierda Crisis, publicó Santiago Kovadloff. En 1983, Pablo Ananías entrevistó a Girri para el diario Tiempo Argentino, cuyo suplemento cultural tuvo prestigio en los primeros ochenta. En 1985, quien escribe estas líneas le hizo un reportaje para Clarín Cultura y Nación. Un año antes de la muerte de Girri, junto con Daniel Freidemberg, lo entrevistó para el Diario de Poesía. Esto signific

La verdad, la belleza, la materia oscura y el big bang

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En mayo de 1994, cerca de la ciudad minera de Sierra Grande, en la provincia de Río Negro, Argentina, científicos argentinos, españoles y un norteamericano pusieron en una galería de la mina inactiva de hierro, a 500 metros de profundidad, un detector de partículas oscuras. Fui allí enviado por el diario Clarín para ver qué era eso. Creo que pude ver algunas otras cosas, pese a que la materia de que se trataba era precisamente “oscura”. Varios de aquellos detectores estaban siendo colocados en diversos puntos del planeta como parte de una investigación patrocinada por una universidad norteamericana, otra española y la Comisión de Energía Atómica argentina. El experimento surgió de la comprobación de que la velocidad a la que rotan las galaxias no es proporcional a la masa visible o luminosa. En otras palabras, que debe existir más masa de la que podemos ver, generando gravitación, para evitar que las galaxias salgan disparadas y se revierta el camino del big bang o Explosión Inic

El capitalismo financiero, la poesía y la física subatómica

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Un chiste que ha circulado por email en estos días [octubre de 2008] intenta explicar con sarcasmo la forma de funcionamiento de los negocios en Wall Street. Dice que un inversor llega a la selva y propone a los nativos cazar monos vivos. Pagará 10 dólares por cabeza. Se produce una gran acumulación de monos en sus jaulas. El inversor ofrece 20 dólares, ya que es más difícil cazarlos, porque hay menos. Luego el inversor ofrece 50 por mono. Es muchísimo más difícil capturar a los que quedan pero sigue siendo negocio. Es aquí cuando el inversor se ausenta "por unos días" y su ayudante ofrece a los nativos un trato más o menos espurio: liberará una cierta cantidad de monos a 35 dólares por cabeza. Los nativos volverán a vendérselos al inversor –son tantos los monos enjaulados que no se notará la falta – y éste pagará 50, según la última cotización. Con ello, los nativos ganarán 15 por cada mono revendido al inversor. Aceptan, claro está. Pagan 35 por cada mono liberado. Y se

Juan Gelman, la revolución que "podía ser"

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Fueron pocos los poetas de la generación del setenta que no sintieron en sus años augurales el impacto de la poesía de Juan Gelman. La mayor parte, sin embargo, matizó luego esa influencia con una poesía no menos porteña pero de índole distinta. Las razones de este fenómeno exceden el espacio de este papel, pero también el de la época. Gelman, en su doble aspecto, poético y político, sobrepasó asimismo el espacio de un estrecho círculo epocal y un no menos estrecho círculo de lectores. Es uno de los poetas más leídos de la Argentina, aunque no a la par quizá del uruguayo Mario Benedetti, o de Pablo Neruda. Lo cierto es que integra esa franja de poetas medianamente populares en la clase media argentina. La poesía es un género que, se sabe, puede gustar sin ser leído. El acto de intelección no es imprescindible, o no al menos el acto completo de intelección, cuando se enfrenta un poema. Es intrigante. Pero no por nada a la poesía se la considera noble a la que vez que estúpida

Griseta

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-¿Le molesta si pongo un tango? -me dijo el taxista. -Todo lo contrario -mentí ante lo irremediable, porque si hay algo devastador es escuchar un tango a las nueve de la mañana. Encendió la FM y escuché sin querer. Terminó el tango y el tipo adivinó cuál seguía con sólo escuchar las primeras notas, así que antes de que empezara el tercero le pregunté rápidamente: -Ahora, ¿cuál viene? Sonaron dos compases. -Griseta -dijo. Escuchamos en silencio. -¿Le gusta la ópera? -dije. -La verdad que no -dijo. -Pero sabe de dónde viene Griseta... -¿La del tango? Sí, de Francia... Disculpe la expresión, es la típica puta francesa. -Una puta rara, ¿no? Soñaba con Des Grieux, quería ser Manon -cité. -No sé quiénes son, pero le voy diciendo algo: Griseta es Griseta. Es medio sentimental pero no deja de ser una atorranta; si quiere, me da lástima. Hubiese sido una guarangada que le dijese que en sólo una estrofa González Castillo menciona a todos los personajes de dos óperas de Puccini

No puedo terminar el libro sobre Roca. Basta

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Tal vez un informe forense y unos libros puedan decir más sobre un hombre que todas las anécdotas que jalonan una vida. Leopoldo Lugones, polígrafo nacido en Río Seco, Córdoba, en 1874, apareció muerto por envenenamiento en una habitación de un recreo del Tigre, llamado El Tropezón, el 19 de febrero de 1938. El deceso se produjo la noche anterior. En su mesa, como imagen espartana de su vida, había una botella de whisky a medio consumir, un vaso con agua intacto, una carta y un artículo inconcluso. La carta no decía nada en absoluto sobre los motivos de la muerte. Sólo alertaba que el difunto era dueño de sus actos. Fuera de eso, pedía que lo enterraran sin cajón y sin lápida. Curiosamente, la carta póstuma empezaba así: No puedo terminar el libro sobre Roca. Basta . Y es éste el primer indicio sobre las razones del suicidio del discutido poeta del nacimiento de los tiempos modernos en la Argentina. Pocos suicidas hubiesen recordado a cinco minutos de ejecutar su propia senten