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Mostrando entradas de 2015

Viaje al gran mito del conocimiento

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Estoy bajo una columna de casi 30 metros de altura. No a sus pies, sino bajo tierra, exactamente debajo de esa mole, según asegura el policía egipcio que se ofreció a guiarnos en estos túneles, bajo una loma sobre la que se levantó el templo al dios Serapis. El punto en el que estoy es un complejo nudo cultural. Y de algunos enigmas. El principal de ellos es si este sótano en declive fue parte de la biblioteca de Alejandría. El policía asegura que sí. Y con sensatez señala el tamaño de los nichos en la pared. Es evidente que no estaban destinados a cuerpos o momias. Parecen demasiado pequeños para eso. Es probable que allí se hayan almacenado rollos de papiro o de pergamino. Es posible, entonces, que este sea el único vestigio del mayor proyecto intelectual de la Antigüedad. Veamos el tramado cultural que tiene este punto del planeta, cuya influencia se extiende hasta hoy. Pues este sitio es el núcleo apagado de un big bang en el que todavía nos movemos. La mole de granito que

Brecht, dos momentos clave

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Hay unos momentos clave en la vida de Bertolt Brecht, poeta, dramaturgo y pensador errático, muerto el 14 de agosto de 1956, hace 50 años [2006]. Momentos críticos en el más amplio sentido de la palabra, y que ayudan a entender cuál fue la revolución de largo aliento que propició en las letras y en las artes de representación del siglo pasado, incluida la poesía. Brecht se propuso minar el arte aristotélico, del que aún dependemos, y el alcance de esa epopeya estética se puede medir hoy en el teatro y el rumbo general de las letras. El primero de aquellos momentos clave es el de su irrupción en el escenario cultural de Munich, en la época de los acontecimientos revolucionarios que condujeron a la llamada República de Weimar, el período entre el fin del reinado de Guillermo II y la fundación del Estado nazi. Esto es, entre 1918 y 1933. El segundo, es la consumación de su drama Galileo , en 1938, en el exilio. Brecht tiene 20 años cuando se relaciona con el ambiente teatral e int

El Gran Provocador

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En la Costa Brava , cerca de la frontera con Francia, el cielo y las rocas forman un concierto en el que uno es el fondo constante y las otras el cambiante pespunte de una melodía a veces sombría, por momentos extravagante, de a ratos protectora, casi siempre crispada. Úteros, son, en ciertos parajes, esas calas en las que el Mediterráneo se hace tan oscuro que su azul vira al plomo.  Hace un tiempo, en el pueblo de pescadores de Cadaqués, este cronista descubrió lo que ya sabía: ese cielo indiferente a las rocas, a su congelado malestar o a su áspera paz, es el de Dalí.  Aquel surrealista que a los 26 años  había establecido su hogar en Portlligat, a 15 minutos de caminata de Cadaqués, no será recordado por cielos artificiosos, convencionalmente oníricos, sino por el cielo de la costa catalana; el cielo clásico, sin sombra ni amenaza; el cielo renacentista, simple, preescolar. El resto del cuadro, en gran parte de la obra de Dalí, serían esas rocas dislocadas, escarpadas, y

Carissimo Vittorio

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Vittorio se zambulle en la pileta de su solitario jardín en la década de los setenta. Como un flash que titila en la duermevela, la imagen se empeña en decir algo. Es el final de una película — Nos habíamos amado tanto — no es el final de Vittorio; él aún rendirá mucho más. Sin embargo, Vittorio entra al agua como quien entra en la muerte, como quien entra en sí mismo. Vittorio nada ahora en aguas profundas. ¿No estuvo siempre ahí? Haciendo sonar la bocina de Il sorpasso , encabezando una armada de pícaros y alucinados, respirando en ciertos caminos del más allá el perfume de mujer, va ahora definitivamente al encuentro de alguna verdad. Aquí, en la tierra, ya ha sembrado lo suficiente. Sus imágenes componen un único personaje cuyas raíces se hunden en el Renacimiento. Hay motivos de sobra, parece, para considerarlo un gran actor. Sobran otras razones para intuirlo como esos productos genéticos de una especie de teatro natural: el teatro de la historia, el escenario de la cultura.

Impersonalidad

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Una aproximación nada más que intuitiva relacionaría el canto con  la impersonalidad, en el sentido estricto del término. No hay sin embargo una palabra que haya generado mayores resistencias en los lectores de poesía en el siglo XX, o al menos en la segunda mitad de ese siglo. Casi siempre, en ese círculo, la impersonalidad se menciona en un sentido más bien peyorativo, como al "hermetismo". El rechazo se pude relacionar con la influencia que aún mantiene la herencia romántica. Impersonalidad significaría falta de sentimiento; y  en nuestro escenario literario, ocupado durante algunas décadas por el épico debate entre la "sangre" y la "tinta",  la impersonalidad fue quedando del lado de la tinta, unida al hermetismo y al intelectualismo.   La impersonalidad parece relacionarse de manera natural  con el canto. Y, por extensión, con el arte.  Quiero decir: cuando la criatura humana descubrió que había en la materia sonidos que provocaban plac

La revolución y la muerte

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Orihuela no es una aldea. Es una ciudad en la que la casa de su ilustre hijo Miguel Hernández se conserva tal vez tal cual era, no lejos del centro. Una autopista une el pueblo con Alicante, en la costa azul del Mediterráneo. Y en un auto que recorría esa autopista, tres visitantes ilustrados discutían un tema acaso algo trivial, hace de esto un año [2009-2010]. Roberto Alifano sostenía que Miguel Hernández mal puede ser recordado como aquél “pastor de Orihuela”, ya que era el hijo de un propietario medianamente acomodado. Antonio Requeni, que esa misma noche daría una conferencia brillante sobre Hernández en el casino de Orihuela, se negaba a admitirlo. Quien escribe estas líneas, intentando ser salomónico, terciaba con que “pastor”, en el sentido literal de la palabra, lo fue, puesto que llevaba a pastar el ganado de su padre. Y que ni los pantalones de pana ni las alpargatas eran un look escogido, sino el atuendo real de Hernández, el único del que disponía cuando se reunía co

Mario Morales o el neorromanticismo inexistente

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Es muy difícil pensar, después de recorrer la antología La distancia infinita , de Mario Morales (FCE, 2012), que el segundo neorromanticismo argentino haya existido alguna vez. Se podría argüir que Morales no es el neorromanticismo, así como Luis XIV era efectivamente el Estado, pero lo que resultaba evidente en algunos de los integrantes del grupo Ultimo Reino, surgido a su amparo con el primer número de la revista homónima, a fines de 1979, en Morales es flagrante: el canto de Morales está atravesado de vanguardia, de conversacionismo, de una estrecha relación de lenguajes sublimes y prosaicos. Una huella evidente, mitigada por la sed comunicacional de Morales, es la de los Cantos o Cantares de Ezra Pound: considerada en su totalidad, esta antología es una serie de cantos fragmentados. Pero la práctica de la fragmentación es distinta. No surge del material, como en Pound, sino de la inasible posibilidad de cerrar el discurso. Morales hace un esfuerzo que deviene caótico en s