¿Qué es, después de todo, una noche?





Abunda la información, falta la verdad -pontificó, la mirada clavada en el vidrio del bar que reflejaba la calma relativa del establecimiento: mesas iguales, vacías, y al fondo un espejo que se reflejaba a su vez en la vidriera, sugiriendo el infinito.

-Esto parece cierto-le dije-, pero a título de qué lo menciona.

-Nada. Imaginé un titular de diario: Comando Erase anuncia la supresión del 60 por ciento de la información sobre las plantas.

-¿Quién dirige ese comando?

-El comandante Delete. Es un coronel de inteligencia retirado.

-Ha de haber hecho una proclama previa. ¿En qué se funda su acción?

-El coronel Delete ha dicho una serie de máximas más o menos incomprensibles.

-Así no logrará adeptos.

-Si el hombre persiguiera la claridad, no tendría coherencia con su empresa-dijo.

-¿Por lo menos se sabe cuándo decidió iniciar su campaña?

-Parece que cuando vio a su hijo salir de la Feria del Libro con las manos vacías. Inspirado, pronunció: "Hijo mío, los antiguos cubrían este vacío con aladas palabras".

-Volviendo al principio, lo siento inclinado a apoyar al coronel Delete.

-Es verdad, la posibilidad de una enciclopedia galáctica con trillones de cluster informativos me desvela. Trillones de cluster y ninguna flor. La poesía y la filosofía habrían muerto, la realidad incluso. Ni usted ni yo estaríamos aquí, porque la conversación sería innecesaria. De hecho, el término no figuraría en ninguna enciclopedia galáctica.

-Un cortado-pedí al mozo, y callé.

*

Estaba leyendo unos papeles de color amarillo (no amarillentos). Subrayaba con un lápiz de carpintero.

-Hace 200 años no teníamos literatura, dijo-. Ahora tenemos tantos escritores que me veo obligado a contratar un servicio informativo bastante dudoso para ficharlos. Gente que obtiene sus informes vaya a saber con qué métodos sucios en ambientes prostituidos del hampa subliteraria.

-Entonces no le servirán de mucho esos papeles.

-Claro que no. Solo rellenando sus lodazales con aportes de la imaginación.

-Sería más sencillo consultar las enciclopedias, los archivos periodísticos, los catálogos de librerías.

-Qué novedad. Justamente a esas fuentes acuden mis informantes.

-Perdón-dije-, pero si mal no escuché dijo algo sobre ambientes del hampa subliteraria.

-Correcto.

Callé oportunamente.

-Bien, de todos modos pensé que tenemos múltiples lectores, pues la multiplicidad de autores aumenta. Entonces me pregunté: ¿tan bien estamos? Uno de mis informes señala: "En una mesa redonda de poetas, airada y locuaz como pocas, se acotó que habría una 'línea maestra', un modo de escribir, monótono, estándar, que provocaría un empobrecimiento general de la subjetividad". Mis informantes dicen que esto se aplica también a la prosa. Y los editores dicen que editan 60 por ciento más de títulos que hace cinco años. La conclusión es desoladora, mi inconsecuente amigo.

-Apenas atino a comprender. ¿Más de lo mismo, quiere decir usted?

-Sin dudas.

-¿Qué hacer?

-Es obvio: promover la no lectura y la no edición.

-No sea canalla.

-Tiene razón, no lo seré. Procedo al suicidio. Me zambullo en la repetición.

*

-Hace un tiempo le comuniqué mi inminente suicidio y usted ni mu-me dijo.

En efecto, hace un par de semanas, anonadado por la presunta exuberancia de producción literaria local, mi amigo, a la par que enredado en pesquisas oscuras sobre libros y autores, estaba francamente impresionado por informes que le indicaban que esa producción es más bien monótona.

Nunca creí que decidirse a su lectura implicara el suicidio, como manifestó, pues mi amigo es inclinado a la hipérbole.

-No dije mu, porque no le creí. Seguro usted no ha probado esa monotonía, que además puede ser magnífica (todos los autores un autor) y que asimismo es la característica de la consolidación de un estilo.

-Fíjese no obstante que la monotonía, en tan joven producción -recuerde que estábamos hablando de una literatura de menos de 200 años- puede predisponer a la locura. Desesperadamente se trata de historizar lo producido -esto significa matizar- y no se halla punto de referencia en la planicie. De esta guisa, una profesora de la Universidad de Buenos Aires fue presa de un entusiasmo tal por un autor latinoamericano vivo que sin más lo incluyó en sus clases, al parecer con gran beneplácito de sus alumnos.

-No sé de qué habla-dije.

-Pues un diario dominical incluyó la confesión firmada de esta docente.

-¿Qué dijo la docente?

-Que hace diez años descubrió la obra de un autor que entonces tenía 43 años y (cito) "me atrapó tanto que propuse integrarlo al programa de mi cátedra"-dijo, y guardó el papel arrugado en el que había escrito la cita.

-Bueno, al parecer buscó consenso.

-Sí, pero el consenso no hace más que ratificar que no existe cátedra en estos países, pues no hay historia. La mariposa que capturamos hoy pasa de inmediato a la colección sin prueba de laboratorio. La cátedra, lejos de sopesar, surfea.

-Parece que usted tiene algo de razón hoy.

-La tengo. Una cátedra que se habilita a "descubrir" está revelando su esencial quiebra. Para enseñar, hay que tener un acumulado. Con la historia se acaban los entusiasmos del día y uno se previene contra los errores. En países con historia los "descubrimientos" son el campo de los jefes de marketing. Ya ve usted el absurdo entablillamiento con que marchamos.

*

-La expansión de los imperios parece seguir la lógica binaria del Big Bang-dice mi amigo.

-Es decir...

-Como sabrá, los científicos que creen saber algo sobre el estado del universo adscriben, como a la verdad revelada, a la idea de que el mundo es una gran explosión. Obsérvese. No digo que el origen fue una explosión sino que el ser del mundo es una explosión. Aún estamos en ella. Y este "aún" es nuestro ser. De modo que el "aún" es la única posibilidad de libertad. El "aún" supone un fin improbable que no somos. Ahora bien, cuando la fuerza expansiva que genera masa y cada vez más masa decline, ¿qué sucederá?

-Caeremos en el mar entre cuatro grandes tortugas-dije.

-Es una de las dos posibilidades: el mundo implosionará o bien generará una masa que no pasará de ciertos límites, de forma que expansión y fuerza de gravedad se mantengan en equilibrio. Eso es dudoso, y lo que es peor, dramático. Ya ve usted cómo el teatro griego triunfa no solo en los negocios, sino también en la astronomía.

-Lo de los imperios... Lo de los imperios...

-Ah, sí. Pues corren idéntica suerte; su lógica es crecer sin pausa o implosionar. Y entonces se derrumban. Caen hacia sí mismos, dentro de sí, por decirlo de algún modo.

-Dramático-dije. Y agregué: -Deben optar entre uno y otro fin.

-No exactamente. Su única chance es crecer, huir de sí. Hasta que los detenga su masa crítica o caigan hacia ellos. Pero esto no lo deciden los imperios.

-¿Quién lo decide?

-Usted o yo, seguramente, no. Lo decide la poesía.

-¿Los poetas?

-En modo alguno. ¿Vio lo que dijo el filósofo Alain Badiou?

-No.

-La lógica imperial niega lo que ama; pretende, en una operación falsa, proclamar que lo que no es apropiable no es. En tanto, la poesía es, porque es impersonal.

-Eso no me suena a Badiou.

-¿A qué le suena?

-Me suena a una estética llevada a filosofía general.

-Déjeme ser.

-Lo sospechaba.

*

Visiblemente preocupado, mi amigo se sentó en el nuevo bar en el que convenimos encontrarnos. Se trata de un bar en un barrio nuevo absolutamente bien construido, de amplias avenidas post europeas, algunos depósitos reciclados, pasto y árboles jóvenes. En este bar se oye el piar de los gorriones y el café cuesta el equivalente a cuatro dólares.

-¿Qué ocurrió?-me dice mi amigo.

-Diversas cosas, engarzadas en ciclos previsibles-improvisé.

-Sabe a qué me refiero. ¿Cómo cayó el socialismo?

Como un relámpago, me atravesó la idea de que había enloquecido. Miré su rostro de nuevo. Su congoja preocupada parecía legítima. Allí estaba, con un buzo de algodón raído bajo el saco de pana de indefinible color, ente violáceo y gris. De todos modos, dije:

-¿Me lo pregunta casi treinta años después?

-¿Qué es, después de todo, una noche?-murmuró.

Era una cita del poeta Rafael Bielsa.

-Bien, no hay con qué darle a usted—dije.

-Le explico el anacrónico interrogante. Tardé en darme cuenta de la razón de mi desequilibrio: es el de un mundo desequilibrado. Pesa solo un polo, el otro es gaseoso. Y son gases livianos y amargos. ¿Cómo no habría de angustiarme? Diga algo, por Dios.

-¿Ha leído a Hobbes? Tal vez tenía razón.

-El hombre es el lobo del hombre.

-Digamos.

Se quedó sumido en honda reflexión. Lejos, sobre los bien construidos edificios, voló un gran pájaro, acaso una garza.

-Lo admito-dijo al fin-. Mas, fíjese usted: el género humano se puso de pie hace poco menos de dos millones de años. Aquella revolución fue el resultado de una evolución de tal vez unos 25 millones de años. Nuestra historia, la de las civilizaciones, tiene apenas unos miles de años. ¿Por qué no habríamos de esperar que en dos o tres millones de años podamos desarrollar genéticamente el instinto de solidaridad para con los de nuestra propia especie? Eso, si antes no nos destruimos. Mmm.

-Eso. Mmm-dije.

-¿Qué es, después de todo, una noche?-dijo.


[De la serie El coronel Delete]


© Jorge Aulicino
Periódico de Poesía, Año 10, núm. 106, febrero 2018
Imagen: Future Animals Pictures


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